Al poco tiempo, dos hombres vestidos con el uniforme rebelde
entraron en la celda. Nos miraron con repugnancia mientras Jacob apretaba su
abrazo y sus músculos se tensaban.
-¿Qué? – preguntó con dureza.
-Baja los humos, Shawyer – respondió el más alto, rubio y
con el pelo grasiento – Hemos venido a llevarnos a esta zorra a la sala
principal para un juicio que no merece.
Jacob se levantó de un salto y le acorraló contra la pared,
susurrándole algo al oído. El otro hombre, moreno de ojos saltones, le puso la
mano en el hombro.
-Tranquilo, solo vamos a acompañarla.
-Pero yo voy con vosotros – sentenció Jacob.
Se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Me agarró de la
cintura y avanzamos por un corredor húmedo y mal iluminado. Bajamos por unas
escaleras metálicas hasta llegar a lo que en su momento debió ser el comedor
de la cárcel. Por las ventanas se podía ver una preciosa noche estrellada y en
la sala había un pequeño grupo de personas. En la mesa más grande se sentaban
cinco rebeldes. De frente a ellos, a la derecha había una mujer menuda que me
sonrió al percatarse de mi mirada, y a la izquierda se sentaba un hombre que me
observaba con desdén.
-Por lo menos hace una magnífica noche para morir – murmuré.
-No digas eso. No vas a morir.
Yo sabía de sobra que era una esperanza vana, pero no me
atreví a contradecirle de nuevo. Me sentó en una silla solitaria en el centro
de la sal y se retiró a una esquina.
-Bien – dijo la mujer que ocupaba el espacio central de la
mesa – Amanda Morrow, está usted aquí presente para ser sometida a un juicio.
Nosotros – señaló a los cuatro que la rodeaban – somos los líderes de la
rebelión y los que juzgaremos la naturaleza del castigo que le corresponde. –
no pude evitar sonreír, por lo que ella frunció el ceño y continuó – La
señorita Shawyer será la encargada de su defensa, mientras que el señor Jackson
expondrá los cargos. – mi sonrisa se acentuó.
-¿Qué le hace tanta gracia, señorita Morrow? – saltó Jackson
- ¿Le parece divertida su situación?
-En absoluto – respondí mirándole con frialdad, fijamente.
Noté con satisfacción que eso le asustaba.
-Empecemos cuanto antes – resolvió la mujer.
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