-Mis padres murieron en uno de los laboratorios del Sistema
cuando yo tenía diez años y mi abuela me crio. En mi familia eran rebeldes y a
mí me entrenaron para infiltrarme en la Guardia del Sistema y actuar desde
dentro. Pasaba información a los líderes sobre quiénes estaban en la Unidad de
Asalto y quiénes eran las próximas víctimas. La noche que nos enviaron a por
Sutter, le llamé al móvil y, como no contestaba, fui a tu casa. Por eso te
encontré.
-Pero, ¿y tus víctimas? – pregunté confundida.
-La única rebelde a la que he matado es a la que tú viste
morir. El resto simplemente se han ocultado aquí desde que supieron que iban
tras ellos – Se detuvo como si dudaras si seguir hablándome de ello o no –
Julia también es una de los nuestros. Inicialmente, nuestro objetivo era Jones,
pero cuando Julia nos pilló… ya sabes… Se lo contó a los jefes. Ellos
decidieron ir a por ti, cambiar temporalmente el objetivo, para que no me
distrajera de la misión inicial. Por eso discutíamos el otro día en el
restaurante.
-¿Por qué coño no me lo has dicho antes? – pregunté
encolerizada.
-¿Y qué habrías hecho? ¿Matarme? – sonrió con amargura –
Además, solo habría conseguido acelerar esto y, tal vez, sin juicio. La muerte
de Sutter fue la gota que colmó el vaso.
-¡Ah, que no merecía morir! – estallé- Mira, entiendo que
odies el Sistema y todo lo que lo representa, pero yo tenía los mismos motivos
para matar a ese cabrón que tú para matar a los míos. Y sabes que fue uno de
vuestros asesinatos lo que me llevó a estar donde estoy y a hacer lo que he
hecho.
-Lo sé, Amanda, pero ellos no lo van a ver así de entrada.
Quizá si en el juicio les cuentas lo que me contaste a mí de tus dudas antes de
que murieran tus padres…
-¿Si se lo cuento, qué? – sollocé – Todo este juicio no es
más que un show para tenerte contento, par que creas que tienen en cuenta lo
que tú sientes y no te largues y les dejes tirados. Porque no creo que Julia
valga nada como espía. Jacob, yo ya estoy muerta, desde que la zorra esa me dejó
inconsciente en tu casa. No te engañes.
Observé su expresión derrotada mientras decía esto. Parecía
realmente angustiado, un niño al que plantean un problema demasiado complicado.
Me dolía verle así, a pesar de todo.
-Tienes que intentarlo, por favor – susurró – No te rindas.
Eres lo único que vale la pena en mi vida, no puedo perderte así.
Me abrazó y sentí sus lágrimas en la fina tela de mi camisa,
a la vez que las mías mojaban su pelo.