Me acerqué con cautela, y sin hacer ningún ruido. Entré de
repente en la habitación. Allí había tres personas; dos hombres y una mujer,
armados y con la cara cubierta por un pasamontañas. En sus jerseys negros podía
verse la marca de la rebelión. Rápidamente, me coloqué detrás del que estaba
más cerca de la puerta, rodeé su cuello con un brazo y, tras desarmarle, apoyé
el cañón del revólver en su sien.
-Bueno, no quiero ningún movimiento brusco o vuestro
compañero pasará a mejor vida.
-¿Qué te hace pensar que nos importa que él muera? –
contestó, impasible, la mujer – No sería un sacrificio en vano si con ello
logramos capturarte, mala bestia.
-¡Oh!, está bien. –
resolví – Si no os importa… - apreté el cañón más fuerte – Creo que hay
demasiados visitantes indeseados aquí.
Las armas de los otros dos rebeldes me apuntaban
directamente, por lo que tras apretar el gatillo, solté el cuerpo del hombre y hui
en dirección al salón. Allí, me oculté en el hueco tras el sillón y la puerta,
donde esperé a que ellos salieran del dormitorio.
-No he oído la puerta – dijo el hombre – tiene que estar por
aquí.
-Tienes razón – respondió su compañera – Tú mira en el
salón, yo iré a ver en el baño.
Vi aparecer al hombre, que enseguida me dio la espalda para
mirar detrás del sofá grande. Cogí el cojín del sillón y me acerqué a él. Lo
coloqué sobre su boca y nariz y, con el revólver apuntando a su pecho, le hice
caer sobre el sofá. Coloqué la rodilla sobre su estómago, guardé el revólver y
extraje el puñal del tobillo. Se lo clavé en la garganta y el cojín se empapó
de sangre.
Me incorporé con cuidado y me giré para ir a buscar a la
mujer, pero ella estaba a mi espalda. Me golpeó en la cabeza con la culata de
una pistola y caí al suelo. Se arrojó sobre mí y me quitó el arma. Me revolví y
le golpeé la mandíbula con el puño. Ella escupió y, sacando una jeringuilla con
un líquido transparente, se colocó a horcajadas sobre mí. Me sostuvo un brazo e
inyectó el contenido de la jeringa. Sentí el líquido invadiendo mi sangre y
aturdiéndome.
-No sé por qué, pero los de arriba te quieren viva. –
escupió la rebelde con odio – Pero
realmente te mereces morir como un perro y sufriendo, como tus víctimas.